Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1886 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 7 de diciembre de 1886
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. General López Domínguez
Número y páginas del Diario de Sesiones: 80, 1931-1934
Tema: Interpelación sobre la política seguida por el Gobierno durante el interregno parlamentario

He de empezar, Sres. Diputados, enviando mi gratitud a mi distinguido y antiguo amigo el señor Marqués de la Vega de Armijo, por las declaraciones patrióticas que ha hecho, dignas para su persona, y convenientes para su partido. Yo se lo agradezco, y se lo agradezco con tanto mayor motivo, cuanto que de su patriótica actitud había la intención de sacar un partido que S.S. estaba muy lejos de querer, y de motivar.

Pero debo también una satisfacción al Sr. Marqués de la Vega de Armijo. Uno de los hechos que a S.S. le ha sorprendido y disgustado, el esencial, sin duda, es que haya habido una crisis, y que esta crisis se haya realizado a espaldas del Parlamento. En este punto, el Sr. Marqués de la Vega de Armijo y yo estamos perfecta y absolutamente de acuerdo, porque yo he deplorado también que haya habido crisis a espaldas del Parlamento, y más todavía el que haya habido crisis.

Señores Diputados, a pesar de lo que ha dicho el general López Domínguez, y antepongo al apellido su categoría en el ejército, porque me ha extrañado mucho que S.S. hable en cierto sentido de hechos gravísimos, en los cuales me ocuparé después; a pesar, repito, de lo que ha dicho el señor general López Domínguez, ningún acto del Gobierno había dado, no digo motivo, pero ni pretexto siquiera, para la insurrección del cuartel de San Gil; y si esta insurrección se realizó sin acto alguno por parte del Gobierno que la motivase; si no hizo nada, absolutamente nada que indujera a la sublevación, claro está que no había nada más ilógico que una crisis en aquel Ministerio, porque era necesario e inevitable suponer que aquella insurrección hubiera ocurrido lo mismo con aquel que con cualquier otro Gobierno. (Muy bien).

Pero es más. Todo cambio político a raíz de una insurrección, tiene grandísimos inconvenientes. En primer término, el de resultar que, en apariencia, hay una especie de confesión de faltas por parte de los que dejan el gobierno, puesto que dimiten el cargo que desempeñaban durante la insurrección, y esto viene a ser fundamento aparente de disculpa de la criminal conducta de los insurrectos. Pero además, Sres. Diputados, es altamente inconveniente por otras razones. No pasa en ninguna parte, no debe jamás ocurrir, que un cambio político se realice a raíz de una insurrección, porque entonces parece como que se hace depender la vida de los Ministerios, más que de las Cortes y de la Corona, de la voluntad de los perturbadores. (Muy bien). Y porque, en definitiva, resulta que así se quiere traspasar la más alta de las Regias prerrogativas desde las habitaciones del Real Alcázar a las cuadras de los cuarteles. (Muy bien).

Yo no quería, pues, la crisis; pero una vez que por razones que el Sr. Marqués de la Vega de Armijo no dejará de considerar como muy dignas y muy nobles en los Ministros que más directa e inmediatamente representaban al ejército de mar y de tierra; una vez que por esos motivos de altísima nobleza los dos indicados Sres. Ministros quisieron salir del Gobierno, y una vez también que por estas circunstancias era para mí absolutamente inevitable la crisis, hice lo que debía hacer en aquellos momentos; esto es, ya que no puede evitar la crisis, reducirla a un simple cambio de personas. Porque yo me decía: ya que por consecuencia de los sucesos de la noche del 19 de septiembre, ocurridos en el cuartel de San Gil, me veo obligado a un cambio de personas, que no se vea, que no se pueda creer de ningún modo que aquellos sucesos han influido, en poco ni en mucho, para producir un cambio político; y de ahí el que me limitara a sustituir unos Ministros con otros de la misma procedencia, haciendo que la combinación de los elementos [1931] del nuevo Gobierno en su representación política fuera exactamente la misma que la del anterior.

Verdad es que además procedí de esta manera porque yo doy mucha importancia, grandísima importancia, a que en el Gobierno estén representados todos los elementos posibles del partido liberal, en todas sus manifestaciones; porque entiendo que la unión de todos los liberales sobre la base de sentimientos comunes de monarquismo y de dinastismo es la que puede construir un escudo tan fuerte contra la reacción y contra la anarquía, como no la puede constituir hoy ninguna otra combinación política en España.

Y dada esta explicación, dada esta satisfacción que yo ofrezco con mucho gusto a mi distinguido amigo el Sr. Marqués de la Vega de Armijo, voy a ocuparme, tan ligeramente como lo avanzado de la hora exige, del discurso de mi antiguo amigo particular, y siento no poder decir político, el Sr. López Domínguez.

Su señoría ha venido hoy con ánimo de reñir batallas con todo el mundo, y las ha reñido hasta con sus propios amigos; ha seguido S.S. un plan y un sistema, no sólo distinto del que siguió anteayer y hoy mi distinguido amigo particular el Sr. Becerra, sino de todo punto opuesto. Yo estoy conforme con la mayor parte de las apreciaciones del Sr. Becerra, y se las agradezco, además, porque no ha podido estar más benévolo con el Gobierno: le ha hecho justicia, y hasta ha tenido también para él la benevolencia que merece todo mi agradecimiento, porque a mí no me pesan las benevolencias de nadie, si bien creo que son más de agradecer las de aquellos amigos que están tan inmediatos a nosotros, y que, además de ser afines políticos, lo son muy antiguos como el Sr. Becerra lo es particular mío.

Pero no ha debido parecerle bien al señor general López Domínguez la conducta del Sr. Becerra, y ha venido a ponerle su correctivo; y en todo aquello que el Sr. Becerra, en mi opinión, ha estado justo con el Gobierno, el señor general López Domínguez se ha esforzado por aparecer injusto, y, no extrañe a S.S. la palabra ni la tome a mala parte, a mi juicio, apasionado.

Y luego ha llevado S.S. su crueldad para con el Sr. Becerra hasta el punto de enmendarle la plana en una de las declaraciones más importantes que hizo el otro día en esta Cámara. El Sr. Becerra, dijo de una manera terminante, que si la izquierda fuera llamada al Poder, no la apoyaría, si el llamado a formar Gobierno, no lo formaba con el partido liberal. Su señoría, en cambio, nos ha sorprendido hoy, asegurando que el Sr. Becerra no quiso decir eso, y yo afirmo, a mi vez, que sí quiso decirlo, y que lo dijo, porque el señor Becerra, entre otras cualidades excelentes, tiene la de decir con sobrada claridad las cosas, y lo dijo todo muy claramente. Ahora dice S.S. que no, que lo que quiso decir el Sr. Becerra (y ésta es la corrección que espero que el Sr. Becerra no admitirá), es que si el grupo de la izquierda llega a ser llamado al Poder, el partido liberal, como afín que es, le ayudará. No podía decir eso el Sr. Becerra, porque para decirlo, era necesario que empezarais por seguir el ejemplo que a nosotros nos proponéis; pues si nosotros estamos en el Poder, si somos afines a SS. SS., ¿por qué no empiezan por dar a este Gobierno el apoyo que pide el señor general López Domínguez para cuando la izquierda sea llamada a formar Ministerio? (Muy bien). ¿Pues no conoce el señor general López Domínguez que si el partido liberal hiciera entonces con la izquierda lo que la izquierda hace hoy con nosotros, no podría ser Gobierno? De ninguna manera: en eso ha sido más franco que S.S. el Sr. Becerra, porque ha declarado la deficiencia en que está la izquierda para ser Poder. Pero es que el Sr. López Domínguez dice que eso es ahora, pero que en el momento en que la izquierda fuera llamada Gobierno habría muchos izquierdistas. ¡Buenos izquierdistas serán ellos! (Risas).

No se fíe S.S. de los que al ser llamado al Poder vayan a su lado, porque con esos no se forma Gobierno, esos son el alubión de todos los partidos. Pero, en fin, allá mi digno amigo, el Sr. Becerra, sabrá lo que contestar a S.S.; porque es extraño que el jefe militar de una agrupación dé lecciones al jefe civil, cuando realmente el jefe civil de cada agrupación es el que mejor encarna la significación política de aquella: quitad a la llamada izquierda el jefe civil, y no os queda más que la historia de haber pertenecido al partido liberal, mientras que el Sr. Becerra tiene otra historia, otras tradiciones, que vosotros debéis respetar, porque son las que dan colorido al grupo en el cual tan dignamente milita S.S. (Aprobación).

El Sr. López Domínguez, al lamentar los sucesos tristes del 19 de septiembre, les atribuye un origen y una causa que no debe atribuirles S.S. ¡Suponed, señores Diputados, que aquellos soldados que salieron ciegos, mandados por sargentos, que habían desobedecido a sus jefes, y al grito de ¡viva la República federal! lo hacían ¿sabéis por qué, señores Diputados? porque ni este Gobierno, ni el Gobierno anterior, han realizado las mejoras propuestas para el ejército por el señor general López Domínguez (El Sr. López Domínguez hace signos negativos). Esto ha dicho S.S. (El Sr. López Domínguez: No. -Varios Diputados: Sí, sí).

¿No lo ha dicho S.S.? Pues tanto mejor, todos hemos entendido mal. (El Sr. López Domínguez pronuncia unas palabras que no se oyen). Su señoría ha dicho que aquí nos pronosticó grandes males si no se hacían ciertas reformas, y que como éstas no se han planteado, no es extraño que haya que lamentar ciertos males. ¿No ha dicho eso S.S.? (El Sr. López Domínguez: No). Pues tanto mejor para que no lo crea el país, para que no lo crea el ejército; pero óigame su señoría, haciéndome el favor de ver y de corregir las cuartillas, porque si no ha dicho esto, hay algo que se le parece mucho, y conviene, no sólo a los generales del ejército, no sólo a los representantes del país, sino a todos los ciudadanos que ante todo quieren el orden y la paz pública de su país, que no se arroje esa semilla en los cuarteles. (Aplausos).

Por lo demás, lo que yo contesto a S.S. respecto de este punto, es lo que S.S. decía a los republicanos con muchísima razón: "¡ah! ¿Proclamáis el derecho de insurrección si no se da cierta extensión a las leyes? Pues detrás de vosotros vendrán otros partidos, que también proclamarán ese mismo derecho de insurrección si no otorgáis la extensión que pidan a vuestras leyes, y entonces lo que resulta evidente es que ni aquí ni en ninguna parte se viviría jamás sino en continua y plena insurrección". (Muy bien).

Pues esto mismo digo al Sr. López Domínguez: si el ejército se sublevó porque no se le dieron ciertas [1932] cosas que S.S. había pedido, mañana vendrá S.S. al Gobierno y otros pedirán más para el ejército, y con el mismo motivo con que se sublevó contra nosotros, se sublevará mañana contra S.S., y no habrá ejército posible, o será un ejército de condotieres. (Aprobación).

¡Ah! ¡hay que decir al ejército que el país está dispuesto a hacer en beneficio suyo muchos sacrificios, todos los que pueda, pero nada más que los que pueda, porque el ejército es del país, porque los soldados son los hijos de los labradores, de los comerciantes, de los industriales, de los abogados que pagan las contribuciones, que tienen que trabajar para vivir, y el ejército no puede querer que se haga con él lo que no se pueda hacer con las demás clases del Estado; porque todos son españoles, porque todos son hijos de esta pobre y desgraciada España! (Aplausos).

Yo, Sr. López Domínguez, no he dicho nada de terceros partidos, ni siquiera los he criticado, ni por su quimérica formación he llegado a incomodarme. Pero, en fin, bueno es saber que S.S. ha tenido el intento de formar un partido, aunque no sea más que para servir transitoriamente, con otros distritos, si éstos hubieran cedido a las indicaciones de S.S. De manera que el Sr. López Domínguez realmente se contradecía, porque por una parte nos dice que no es de los que desde fuera llaman a las puertas de una agrupación política para ver si hay algún jefe o sargento que saque fuerzas sublevadas, y por otra resulta que ha llamado a todas las puertas donde creía que había algún descontento para ver si se lo llevaba, a fin de formar ese tercer partido. (Bien).

Pues yo, a propósito de esto, repito a S.S. lo mismo que le decía antes: ¡buen partido hubiera resultado ese, compuesto de elementos tan heterogéneos, para vencer una situación erizada de dificultades! Pero al fin, todo parece bien a S.S. con tal que sea para reemplazar al Gobierno, y, sobre todo, para reemplazarme a mí. ¡Qué afán el de S.S.! ¡Se ha empeñado desde hace mucho tiempo en ser incompatible conmigo, y yo me he empeñado en ser compatible con su señoría!

Yo sé, Sr. López Domínguez, que en mi partido hay muchos que pueden reemplazarme con grandísima ventaja para el partido y para el país; pero sé también que no han de decidir esto mis adversarios (Risas); de manera, que cuando oigo expresar todos los días a mis adversarios el deseo de que yo abandone el Ministerio, digo: me están haciendo un flaco servicio, puesto que yo no quiero estar aquí más que el tiempo que crea indispensable para el bien de las instituciones y de la Patria; y como el día en que yo deje este puesto tendré una gran satisfacción, mis adversarios se empeñan en alejar esta satisfacción, porque es claro, cuanto más afán demuestren porque yo deje este puesto, mis amigos van a tener más empeño en conservarme en él, y temo que lo hagan inamovible para mí. (Grandes risas. -Muy bien).

Pero, señores, ¡qué injusticia! ¿Es que somos desgraciados? Yo, francamente, de los adversarios irreconciliables, de los que hacen alarde de una oposición a todo trance, todo lo podía esperar; pero no esperaba, sin embargo, que S.S. no se hiciera cargo de los términos dentro de los cuales ha debido girar este debate, términos que fijan de consumo la justicia, la rectitud y la buena fe. Porque, Sr. López Domínguez, ¿en qué quedamos? ¿Es que el partido liberal llegó al Poder en circunstancias tan serenas, tan tranquilas, que durante su dominación no ha debido pasar absolutamente nada desagradable, ni aún aquello que pasaba en vida de D. Alfonso XII, y en épocas de las que se han considerado como más normales? ¿Es esto? Pues entonces habrá que convenir en que la muerte del malogrado Monarca no ha influido en la marcha de los asuntos públicos, ni más ni menos que la muerte de un ciudadano cualquiera, muy lamentable para su viuda, para sus hijos, para sus amigos particulares, pero indiferente para la masa general de la Nación, es decir, "que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?" ¿Se cree, por el contrario, que el partido liberal llegó al Poder en circunstancias extraordinarias, que llegó para vencer las dificultades que esas extraordinarias circunstancias traían consigo, y que la muerte del Rey fue una verdadera calamidad que todavía llora y mucho tiempo después llorará la Patria? ¿Se cree esto? Pues entonces miremos los hechos de otra manera; juzguemos los sucesos recientes, y examinemos la conducta del Gobierno dentro de estos términos, que son los que impone, como he dicho, la justicia, la rectitud y la buena fe. (Aprobación).

¡Que yo estoy entre dos genios; el genio de la fortuna y el genio de la fatalidad, y que hoy debo vivir bajo el dominio del genio de la fatalidad! ¡Ah, Sr. López Domínguez! La fatalidad a que se refiere S.S. la han sufrido aquí los hombres más importantes de la política española. Yo he tenido la desgracia que tuvieron generales tan ilustres como el general Narváez, tan victoriosos y tan respetados como el general O' Donnell, tan bravos y tan admirados del ejército como el general Prim, tan heroicos, tan ilustres y tan aclamados cono el general Espartero, tan dignos de respeto y de cariño, tan queridos por S.S. como por mí, como el general Serrano. (Sensación). A todos ellos les ha pasado la misma desgracia que a mí: no hay más, sino que ellos, además de hombres políticos, llevaban tres entorchados en la manga, cosa que yo todavía no he podido conseguir. (Aplausos).

Hace poco más de un año recibía España, atónita y asombrada, la noticia de la muerte del Rey Don Alfonso XII, acompañada de las circunstancias más extraordinarias que han ocurrido a la muerte de Rey alguno: en la flor de la edad, sin sucesión inmediata en aptitud de reemplazarle, con sucesor desconocido, dejando una viuda joven, nacida en extranjero suelo, que por su modestia, por su alejamiento de los negocios públicos (que tan delicadamente comprendía el papel de Esposa del Rey), por amante de sus hijos, por sus propias virtudes (que la virtud mete siempre poco ruido), era únicamente conocida de algunos españoles que por razón de oficio habíamos tenido la honra de tratarla, y de muchos desgraciados a quienes con mano pródiga y secreta procuraba consolar en sus desventuras. (Muy bien). Suceso tan triste, acompañado de tan extraordinarias circunstancias, ¿no había de traer el temor, y la duda, y la vacilación al ánimo de todos los amantes de las instituciones vigentes, a la vez que el aliento y la esperanza al ánimo de todos los enemigos de esas mismas instituciones?

Pues bien, esto sucedió, y se excitó el apetito de todos los perturbadores y de todos los revolucionarios, y se llenaron de esperanzas todas las impaciencias, todas las ambiciones y hasta todas las alusiones, que de [1933] todo ha habido; y todo esto produjo grandes obstáculos, grandes dificultades y grandes rozamientos que el Gobierno ha ido venciendo poco a poco, a fuerza de muchos trabajos, de muchos insomnios y de muchos sinsabores; y todos estos obstáculos y todos estos rozamientos y todas estas dificultades se han vencido ¿cómo? sin mermar un solo derecho para el ciudadano y con la práctica de una libertad como no la hay mayor en ninguna parte; y al cabo de un año, en vez de aquellos epitafios fatídicos que se ponían sobre la tumba de Don Alfonso XII, y en lugar de aquellos cortejos fúnebres de males y desventuras que se creía iban a seguir a su muerte, nos encontramos con que Doña María Cristina se halla tranquilamente en el Trono que dejó vacío su augusto Esposo, y no sólo conocida, sino amada de todos los españoles, y respetada de todos los extranjeros (Grandes aplausos); con que su augusto Hijo ciñe sus sienes con la Corona de su malogrado Padre, aclamado y reconocido por todo el mundo ; con que los altos Poderes del Estado funcionan con toda regularidad y con completa libertad; con que el crédito de la Nación española está más alto que ha estado en ningún tiempo, y con que nuestras relaciones internacionales son las más completas, las más cordiales y las más íntimas que jamás se han conocido. (Aplausos). Es decir, Sres. Diputados, que si no estamos mejor, porque eso sería imposible, que en tiempo de Don Alfonso XII, al cabo de un año, y a pesar de esa inmensa desgracia, no estamos peor. ¿Se podía esperar más? ¿Esperaba alguien siquiera tanto? ¿Qué me importan ante este saldo glorioso los ataques que nos dirijan, por accidentes que han ocurrido siempre?

Ante esos injustos ataques me contento con ofrecer este resultado; y con la conciencia tranquila por haber cumplido como buenos nuestros deberes, nos presentamos hoy al veredicto del Congreso y del país, y mañana nos presentaremos al juicio sereno e imparcial de la historia. (Aplausos). [1934]



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